sábado, 9 de junio de 2007



Aunque las monedas a veces o generalmente se hacen escasas no sé por qué razón he decidido gastar algunas de ellas en estos cibercafés y ha de ser porque me siento bien y satisfecho cada vez que dejo estas letras aquí depositadas, como en una cuenta de ahorro en donde alguna vez podré girar sobre ellas y sambullirme como Rico Mac-Pato, nadar en sus profundidades, salir a respirar de vez en cuando, sólo de vez en cuando y regresar prontamente, muy prontamente a sus oscuridades que permiten el dialogo perfecto con ese dios que llevamos dentro y nos permite este contacto diario, este especular con la realidad y los sueños, creando la más feliz de las dimensiones, en donde los colores son sólo nuestros colores y podemos volar caer, destrozarnos y volver como si nada.
Era así, que uno de esos días que sumido en este nadar al interior de tan inmenso tesoro es que me encontré con él, caminaba por una de esas calles perdidas en cualquier ciudad que se precie de tal, era un día luminoso como esos que se dan sólo de vez en cuando en que el sol se filtra por entre las nubes y su luz se multiplica entre sus paredes llenándolo todo y les menciono esto porque no se si fue eso lo que hizo llamar mi atención sobre este hombre que se deslizaba escalinatas abajo como hundiéndose en la vida hacia el averno más secreto de la misma... le quize seguir y así lo hice por algunos minutos, pero la bajada se iba haciendo eterna en esas escaleras interminables que iban caracoleando hacia las profundidades, mientras el aire o la atmósfera se tornaba... no se si asfixiante por la cada vez mayor ausencia de oxígeno o si alguna fuerza extraña me intentaba aplastar no permitiendo, aunque sutilmente, a mis pulmones acumular el suficiente aire como para permanecer erguido.
La verdad es que me asusté, no quize hacer más caso a mi curiosidad y regresé escaleras arriba abandonando esa atmósfera tan ajena e incómoda. (continúa)

Fue cuando decidí por la calle, todas las puertas se habían cerrado tras de mi, mi esposa, mis hijos, los amigos, la sociedad, todos parecían haberse confabulado en mi contra, quise matarles uno por uno pero era una tarea demasiado pesada e irrealizable como para llevarla adelante, además de la carga que significaría para mi a lo largo del desgraciado resto de vida que me quedaba, no valía la pena empeorarlo todo aun más. Fue así que esa noche decidí quedarme en ese lugar en que parecía que el azar me había instalado, un lugar oscuro en donde nadie lograba saber de mi presencia pero yo si percibía a cada individuo y parecía como si pudiera leer hasta el más mínimo de sus pensamientos, es así como fui logrando encontrar siempre este tipo de lugares que me permitían una especie de mirada omniciente que satisfacía mi curiosidad mental que se desarrollaba cada día más, manejándoles como marionetas sin ellos darse cuenta alguna de mi forma de influirles, una moneda y llegaban como por arte de magia, comida y allí estaba, si algo me costó un poco fue superar el frío de las madrugadas, pero como todos sabemos, el hombre es un animal de costumbres y a esta altura ya lo he superado y puedo manejarme con entera libertad por esta ciudad calambrítica y desnutrida, donde lucho por hacer feliz a cada individuo, pero existe un monstruo gigantesco e indolente que se esfuerza a cada hora a cada minuto por no permitirme llevar a cabo esta misión maravillosa. Sin embargo mientras me desplazo con mi carro y los implementos necesarios todos para la realización de mi magna labor, observo las miradas de desprecio de aquellos a los que sólo quiero ayudar pero ellos miran y comentan de mi presencia con un cierto aire a rechazo, aun así, no me importa y les perdono por que no saben lo que hacen y sin mi ayuda sucumbirían ante el frío filo de la guillotina que les acecha permanentemente...